Perlitas

Por amor a Federico Chueca

Los aficionados a la Zarzuela desarrollamos una especial debilidad por Federico Chueca porque tanto su persona como su obra representan a la perfección el espíritu bonachón, falto de egolatría y popular del género.

Proyecto de remodelación

Chueca decidió ser músico en la cárcel del Saladero, donde había llegado tras un motín estudiantil en la noche de San Daniel de 1865. Durante esos días, en los que se propuso abandonar sus estudios de Medicina en contra de la opinión de su padre, inventó un piano y unos valses, Lamentos de un preso, que dedicó con orgullo a Barbieri, quien luego los orquestó.

Miguel Ramos Carrión, amigo y libretista de varias obras de Chueca, también dramaturgo y periodista, dijo de él: “Fue el maestro Chueca perpetuo testigo de la gente que se contenta con pocas alegrías al igual que tiene escasas facilidades para lograrlas”. 

Posiblemente nadie fuera nunca tan querido por los habitantes de Madrid. Liberal de casta, pasaba las horas rodeado de ladrones (a quienes les dedicó la jota de las ratas), costureras, soldados, gentes de teatro… y ese público tan auténtico y castizo le devolvía su cariño en cartas y aplausos y le llevaba en hombros hasta su casa después de los estrenos como si fuera un torero.

Falleció el 20 de junio de 1908 en su casa de la calle de Alcalá; era domingo y hacía unos veinte días que no salía a la calle porque a penas podía ver debido a su diabetes. La última vez había sido con motivo de las fiestas de San Isidro.  El cortejo fúnebre partió desde su casa de la calle de Alcalá, cruzó la Plaza de Cibeles hasta la Puerta del Sol para luego enfilar la calle Mayor. Al llegar a la calle de Bailén, el pueblo se despidió y el carruaje mortuorio prosiguió por la Cuesta de la Vega hacia el Manzanares, desde donde alcanzó la Sacramental de San Justo.

Chueca tenía una bella tumba con alegorías a la música y un torero, y en la cabecera y en alto, una reproducción del mismo busto que hoy se encuentra en El Retiro madrileño, que le hizo Pedro Estany.

María Weissenberg en nuestra primera visita a la sacramental de San Justo

Los años han pasado y, visto que no quedan familiares que se ocupen de sus restos, la piedra que le acuna se ha hecho pedazos, de la cabeza del torero no queda más que un alambre y de sus pies algunos dedos desnudos.

Aquel pueblo de Madrid que lo aplaudía, que no eran otros que nuestros abuelos y bisabuelos, sentirían vergüenza de ver ese abandono, que quizás no sea otro que el propio que sufre nuestro género lírico.

Con humildad y tristeza, queremos convencer a los madrileños de todos los barrios, incluido el de Chueca, así como al propio Ayuntamiento, para recaudar fondos y así devolverle al maestro algo de lo que le debemos.

Esperamos que quede una copia del busto en algún sitio (el de El Retiro está en perfectas condiciones, luego debería existir al menos un molde) y hemos hablado con el escultor Puente Jerez para ver qué podría costar arreglar al torero y la piedra frontal del arquitecto José Grases Riera, quien, entre otras cosas, fue el creador del Palacio de Longoria, sede actual de la SGAE.